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Después de la del virus, ¿toca una invasión alienígena?

Rupert Wyatt propone una original parábola plagada de extraterrestres, los nuevos legisladores del planeta, y grupos clandestinos de resistencia en “Nación cautiva”, una distopía protagonizada por John Goodman
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Vivimos asolados por el miedo al contagio, susceptibles a la depresión, compelidos al desánimo, hastiados por la incertidumbre económica y sumidos en un apocalíptico escenario en el que a veces uno se pregunta si el virus podrá un día ser el menor de nuestros problemas. Parece que solo faltan extraterrestres en este ensombrecido teorema existencial para rematar el golpe y por eso resulta cuanto menos oportuno que el director Rupert Wyatt haya decidido ofrecer una ración doble en “Nación cautiva”.
Esta distópica cinta de ciencia ficción ambientada en Chicago transcurre en un hipotético escenario orwelliano nueve años después de una invasión alienígena en pleno corazón de Estados Unidos. Entre los planes secretos de un grupo de disidentes que quieren inutilizar el sistema de rastreo de los marcianos, revoluciones locales y los juegos asfixiantes y maniqueos de un Estado dictatorial, transcurre esta trama que pretende, en última instancia, denunciar la opresión y el peligro que corren las libertades civiles.
“Esta es una historia sobre una sociedad en la que no hay libertad. Es algo que damos por sentado en muchos aspectos, y tenemos la suerte de contar con ello. Lo que he intentado hacer con estos temas de democracia y opresión, que son muy ricos y complejos, pero no necesariamente entretenidos, es meterlos de tapadillo en lo que es, en esencia, o al menos espero que lo sea, una película de ciencia ficción sumamente amena”, afirma Wyatt. En esta ocasión, John Goodman (“El gran Lebowski”) es el encargado de interpretar a un policía veterano que se debate incansablemente entre sus responsabilidades como agente de la ley y sus ennoblecidos sentimientos hacia los dos hijos de un compañero fallecido que resultan ser sospechosos de pertenecer a la célula clandestina que él mismo debe neutralizar.
Sin excesos técnicos o grandilocuentes imágenes tan propios del género, Rupert Wyatt consigue una atmósfera efectista cuyo punto de verosimilitud con algunas cualidades del presente se convierte en el elemento más aterrador: “Desde el momento en que se produjo la invasión hasta el comienzo de nuestra historia, tuve que crear un período de nueve años. Tomé lo que estaba pasando actualmente en nuestro mundo en muchas facetas –social, política y medioambientalmente hablando– y me propuse exacerbarlo. La idea era crear un mundo con el que aún pudiéramos identificarnos bajo la apariencia de ciencia ficción”, subraya el director.

Unos alienígenas con muy mala baba

Su piel no es de color verde, ni tiene textura viscosa, sus ojos no parecen exageradamente grandes ni sus cráneos desorbitados, pero los alienígenas de “Nación cautiva” infunden un temor que va más allá del físico. Su herramienta de poder es el control. Y la manera más efectiva que tienen de ejercerlo es suprimiendo nuestra base comunicativa, de encuentro con el otro. En un momento concreto de la cinta de Rupert Wyatt, la invasión da un giro dramático cuando los atacantes inutilizan todos los aparatos y dispositivos electrónicos y digitales –vehículos, móviles, ordenadores, grabadoras, micrófonos–, en definitiva, todo aquello que necesita la humanidad para comunicarse a diario, para construir y proteger las bases conceptuales y materiales de su propia existencia. Saben que, sin eso, las personas se vacían de contenido y se vuelven profundamente manejables.