Picasso: «Lo ridículo también es arte»
Dos volúmenes recogerán, bajo el cuidado del estudioso Rafael Inglada, la totalidad de las entrevistas que concedió a lo largo de su carrera el genio malagueño
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Decía Josep Palau i Fabre, uno de sus principales estudiosos, que hay tanta bibliografía sobre Pablo Picasso como sobre todo el Renacimiento. Sin embargo, todavía nos faltan piezas para comprender mejor al pintor que define el siglo XX. Una de ellas llegará dentro de muy pocos días con la aparición del primero de los dos volúmenes con las entrevistas completas del autor de «Las señoritas de Aviñón». En «El arte no es la verdad», que es como se llama esta obra editada por Confluencias y el Museo Picasso de Málaga, se reúne la totalidad de las declaraciones realizadas por el artista entre 1913 –fecha de la entrevista más vieja conservada– y 1966. El encargado de esta labor es Rafael Inglada, una de las principales autoridades en los estudios picassianos actualmente. Es un proyecto que empezó a concretarse durante las primeras semanas de encierro por el estado de alarma y contiene un prólogo de Emmanuel Guigon, director del Museo Picasso de Barcelona.
Temor por los medios
«Me he basado en tirar de investigaciones que hice muchos años atrás. Son las entrevistas y las declaraciones que fueron apareciendo en revistas y periódicos, dejando de lado las que se publicaron en libros. Eso ha hecho que se hayan descartado, por ejemplo, las de Palau i Fabre, Françoise Gilot o Roberto Otero», explica Inglada en declaraciones a este diario. No lo ha tenido fácil para esta labor porque el reunir la mayoría de entrevistas a partir de la publicación original ha coincidido con el confinamiento y muchos archivos han permanecido –y permanecen aún hoy– con las puertas cerradas. Pese a ello, ha podido acceder a los textos originales de estas conversaciones y que se guardan en bibliotecas y hemerotecas de medio mundo, de Londres a San Francisco, de Italia a Francia. Curiosamente, hay muy poca presencia de la palabra de Picasso en los medios españoles. En esta primera entrega, el lector se encontrará con 25 entrevistas, siendo la más antigua de 1916. La mayoría apareció en publicaciones francesas y estadounidenses, con alguna pequeña presencia en medios españoles.
¿Le gustaban los periodistas al genio? Inglada sostiene que «no. Era muy parco hablando y prefería no hacer ningún tipo de teorías sobre el arte. Otra cosa era cuando se encontraba entre amigos, en una situación informal. Pero a él un concepto como el de “interviuador” le horrorizaba». Eso hacía que muchos periodistas que se acercaban en los años 50 y 60 a Cannes con la esperanza de poder conversar con el maestro se tuvieran que pasar varios días esperando hasta que Jacqueline, la esposa del artista, autorizara al reportero traspasar la verja de La Californie. Es todo lo opuesto, por ejemplo, a un Salvador Dalí que nunca rechazó el enfrentarse a un micrófono. Picasso era, como lo define su estudioso, «temeroso de los medios».
Inglada tiene experiencia en el estudio de las entrevistas de nombres como los de Federico García Lorca o Antonio Machado, Sin embargo, no cree que las de Picasso –como dijera Juan Ramón Jiménez de las suyas– puedan ser consideradas como una pata más del conjunto de su obra. «Lo que sí podemos encontrar en ellas es un lado desconocido para el gran público, pero no pienso que se puedan poner a la altura de otros escritos del pintor, como pueden ser sus poemas», apunta. Sí se observa a lo largo del paso del tiempo una fidelidad a «sus ideales de juventud. No hay grandes cambios. Siempre se mantiene firme a sus planteamientos». También observa Inglada que Picasso «no era sincero, pero eso es algo que hace por maldad. Mantiene siempre un gesto irónico para confundir a su entrevistador».
En «El arte no es la verdad» tenemos la oportunidad de acompañar a Picasso por sus diferentes estudios y casas, ya sea en el taller de Vallauris donde se dedica a reiventar la cerámica o en su residencia de La Californie, a pocos kilómetros de Cannes. Pero también lo encontramos en Boisgeloup, el castillo en el que se refugia en la Normandía, o charlando sin problemas en una tienda a pocos metros del Hotel Ritz de París. Habla, por tanto, donde está cómodo.
En estas entrevistas el lector descubrirá asimismo situaciones curiosas, como es la visita que en junio de 1960 le realiza Camilo José Cela y que Anthony Kerrigan recoge con fidelidad para las páginas de «Papeles de Son Armadans», la revista que dirige el escritor gallego. Es allí donde confiesa, por ejemplo, que «yo fui el primero en interesar a Hemingway por los toros. Estábamos juntos en Cap d’Antibes, con Gertrude Stein, y le conté lo de San Fermín. Él no sabía nada de los toros por aquel entonces. Se fue a Pamplona y se enamoró de España. La mayoría de los americanos no comprende ahora nada de Europa. Vienen muy entusiasmados, les gusta todo, pero no nos comprenden. No nos comprenden desde la última guerra. Vienen a mi casa y se vuelven locos con mis trabajos, pero no comprenden».
El hecho de poder ir a la fuente facilitó que Rafael Inglada pudiera restaurar entrevistas que se han ido perdiendo o tergiversando con el tiempo. Eso le ha permitido rescatar detalles que resultan valiosos para conocer cómo era el minotauro en su laberinto. El pintor Albert Junyent, quien también trabajó como corresponsal de la revista «Mirador», fue a buscar a Picasso en su mansión de Boisgeloup, en 1934. Allí constata que en una habitación hay un «cráneo de un hipopótamo sobre el mármol de la chimenea y unas gigantescas balanzas de carnicero». Entre los entrevistadores también tenemos en este libro a Carlton Lake, quien luego escribirá las memorias de Françoise Gilot, amante del genio; Georges Sadoul, que es testigo de la creación del «Guernica»; o una jovencísima muchacha, Geniève Laporte, que se convertirá en una de las últimas obsesiones sentimentales de Picasso.
La ironía del genio
Mención aparte merece el crítico Juan Ramírez de Lucas, que consigue el milagro de ser recibido por el pintor. A Picasso le gusta saber que ha venido del otro lado de la frontera con la esperanza de verlo. Por eso le dice a Ramírez de Lucas: «Vamos a hacernos fotos españolas». Los dos se visten con capas, capotes y monteras ante la cámara de la esposa del maestro. Tras apuntar el matrimonio que el recién llegado se parece a Dominguín, Picasso declara: «Jacqueline, mira cómo se nota que tiene sangre española. Esta misma capa se la puse hace unos días a Gary Cooper y parecía un cura».
Picasso es irónico y divertido ante los periodistas o ante sus compañeros de conversación. Eso provoca que su mirada nos resulte en ocasiones más humana, lejos del mito. Por ejemplo, al escultor Àngel Ferrant, en octubre de 1926, le habla de la posibilidad de dedicarse a la literatura. «Me preguntaron por qué no escribía. Es muy fácil escribir cuando se es escritor; tenéis a las palabras amaestradas y os llegan a las manos como los pájaros. Pero, sí; realmente escribiré un libro, así de grueso, y ofreceré un premio de doce botellas de champán para aquel que pueda leerme más de tres renglones».