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¿Cuál fue el origen del topless?

Hacemos un recorrido por los orígenes de esta práctica liberadora
larazon

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El descubrimiento voluntario de los senos aparte de ser un ejercicio corporal de libertad evidente se ha constituido erróneamente a lo largo de la historia como síntoma provocativo de insinuación y atracción hacia el sexo masculino. En la década de los sesenta, el diseñador y activista homosexual vienés Rudi Gernreich se las ingenió de manera estratégica para crear la primera prenda acuática pionera que permitió a la mujer liberar la parte superior de su cadera sin sentirse culpable por ello. El conocido como “monokini” constaba de una única parte, la correspondiente a la popularizada braguita de bikini, que se encargaba de cubrir la parte inferior del cuerpo femenino y que constaba en sus inicios de una braga negra que se prolongaba hasta el ombligo de la que después nacía dos tirantes que se deslizaban por encima de los hombros y descendían cadenciosamente por la espalda dejando los pechos al descubierto. Actualmente esta invención que en su momento supuso una auténtica revolución ha pasado a conocerse como braga de bikini individual, disociada por completo de la parte superior.
Tal fue el escándalo generado en territorio español tras la propuesta de Gernreich que el 1 de julio de 1964 se pudo leer en el Diario de Cuenca el siguiente titular: “Tres periódicos atenienses que publican fotografías con mujeres en “monobikinis” han sido acusados de atentar a la moral pública”. Mostrar una parte del cuerpo se consideraba impúdico, indecente, obsceno. A pesar de que Josephine Baker llevara desde los albores de los años veinte bailando semidesnuda con el único manto de unos plátanos, que Brigitte Bardot gustara de quitarse el sostén delante de los fotógrafos que la atosigaban con interminables jornadas de seguimiento veraniego en las playas de Saint Tropez o que la artista surrealista Gala Éluard estuviera acostumbrada a disfrutar de la incidencia del sol de Torremolinos en sus pechos curiosos al aire.
Sin embargo poco duró el “escándalo”. Hacia la década de los setenta comenzó a proliferar el número de mujeres que, pese a no haber utilizado nunca el “monobikini”, empezaron a quitarse la parte de arriba del bikini para materializar un grito contra la desigualdad que venía fraguándose desde hacía años. En contra de lo que se pueda pensar, tanto fabricantes como minoristas supieron adaptarse rápidamente a la venta de ambas piezas por separado y por consiguiente de sumarse al cambio de aires de los tiempos. Se trataba de una forma novedosa, disruptiva y divertida de abogar por la igualdad entre hombres y mujeres. De reivindicar la pereza y la arbitrariedad de la piel y al mismo tiempo de normalizar la exposición de elementos que eran comunes en ambos sexos como los pezones.
Años más tarde aparecería en el mercado otro bañador femenino que constaba de las dos partes del bikini y de una tercera que unía las primeras a la altura del abdomen mediante una pieza del mismo tejido, conocido comúnmente como trikini. En una publicación sevillana de 2002 anunciaban la buena nueva de la siguiente manera; “Las mujeres más espectaculares se han subido a esta muestra de moda en la que el biquini recupera el protagonismo frente al traje de baño y en donde aparece con fuerza el “triquini”, un dos piezas que son tres y que es la revolución de la temporada”. Pero el instinto seguía pidiendo aire fresco y el desnudo parcial se imponía. En la actualidad, esta práctica, por desgracia estigmatizada y censurada en algunos países como Brasil (aunque de forma contradictoria las partes traseras cubiertas por tangas no suponen ningún tipo de dilema), zonas específicas de El Salvador o Chile, goza de bastante permisividad en términos generales.
Este ejercicio de reconciliación carnal ha encontrado en las redes sociales su último medidor ético en base a unos parámetros ligeramente cuestionables. Instagram no permite la exhibición de los pezones femeninos pero incita y subraya los pectorales masculinos. Unos atributos parecen más condenables que otros. El caso de Italia por ejemplo resulta curioso. En contra de su naturaleza de práctica arraigada fue testigo de como en 1977, dos chicas de Voltri (Génova) recibieron la primera sentencia absolutoria que sentó jurisprudencia en este sentido.
Tan solo cinco años más tarde, los alcaldes de algunos reductos costeros como Tropea o la siciliana isla de Pantelaria pusieron como condición sine qua non que las únicas mujeres que podían hacer topless eran aquellas que tuviesen, literalmente, “lindas tetas”. El sesgo misógino legislativo de semejantes directrices demuestra a día de hoy que liberarse de la parte superior del bikini conlleva, en muchos casos, un mensaje reivindicativo contra la mirada indiscreta de quienes pretenden sexualizar un acto de absoluta comodidad. Con las temperaturas abrasadoras que están cayendo por la capital, solo cabe instar a la desnudez de los cuerpos. ¡Viva la respiración de la piel, la oxigenación de los pechos y el libre albedrío de la carne!