Galdós, por fin libre de polvo y tópicos
Este imprescindible estudio de Yolanda Arencibia, que celebra el centenario de la muerte del escritor, desmonta su estereotipada figura y lo acerca a pasiones como el dibujo, las tertulias, la ópera o sus pulsiones amatorias
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Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) es uno de los clásicos contemporáneos que ha sido más ampliamente biografiado. Estudiosos como Pedro Ortiz Armengol, Federico Sáinz de Robles, W.T. Pattison, Carmen Bravo-Villasante y Francisco Cánovas, entre otros especialistas, han ahondado en una vida aparentemente discreta, que venía a corresponderse con una escritura realmente popular y muy difundida. No ha cesado con el paso del tiempo, al contrario, el interés por una trayectoria vital poderosamente incardinada en una obra literaria que es, a la vez, reflejo de una época histórica, espejo de mentalidades sociales y radiografía de la condición humana.
En este marco del permanente atractivo suscitado por el autor de «Fortunata y Jacinta», «Misericordia», «Tristana», «Miau» o «La desheredada», entre tantas y tantas novelas, se publica «Galdós. Una biografía» –XXXII Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias–, de Yolanda Arencibia, catedrática de Literatura Española de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, y destacada experta en el universo galdosiano. Esta monumental y pormenorizada biografía, en palabras preliminares de la autora, «aspira a mejorar el conocimiento de las circunstancias del escritor, para que se entiendan con más profundidad sus ideas y sus compromisos con la vida y con la literatura, y para que se aprecie mejor el significado de su obra». Objetivo plenamente cumplido en un fascinante estudio como este, tan oportuno además al conmemorarse este año el centenario de la muerte del ilustre biografiado.
Partiendo de la conocida premisa clásica que adoptara muy tempranamente nuestro novelista, «Ars, Natura, Veritas», el arte reflejando la verdad de la vida, se va analizando aquí una trayectoria vital donde se desmienten, acaso definitivamente, algunos de los más arraigados tópicos sobre su personalidad. No fue el escritor recluido en sus ficciones narrativas, sino un intelectual comprometido con los valores del liberalismo participativo; su agitada vida amorosa no excluía una delicada sensibilidad sentimental; no estamos ante el puro fabulador imaginativo, sino ante un narrador sólidamente formado en la estética de la mímesis aristotélica, en la que el arte imita a la naturaleza; su literatura no solo responde a la bonhomía de ascendencia cervantina, se fundamenta también en los valores del krausismo regeneracionista; y, aunque de manera anecdótica y perogrullesca, cabe decir que no siempre fue el envejecido literato de la iconografía convencional, también fue el joven entusiasta de la vida activa, el compromiso político y la escritura popular.
De entre los interesantes referentes que contiene esta obra cabe destacar el análisis de las iniciales inquietudes culturales de Galdós, la pintura y el dibujo en primer lugar, que le valdría colaborar con sus caricaturas en la prensa isleña, y la música –«le agradaba la popular y le fascinaba la clásica»–; así como las incipientes lecturas que pasaban por el «Quijote», Dumas o el folletinista Fernández y González. Asistimos así a la formación del carácter estético de un «joven callado, curioso y observador», que no tardará en inclinarse por la literatura con un primer y significativo texto narrativo conocido, «Un viaje redondo por el bachiller Sansón Carrasco».
Las visitas al Ateneo
Le acompañamos en el Madrid (1863) de sus estudios de Derecho, fascinado en realidad por un bohemio ambiente de tertulias y cafetines –el Universal, sobre todo–, asiduo a las óperas del Teatro Real y adscrito como socio del Ateneo, institución clave durante años en su vida personal y literaria. Y no faltan convulsos episodios sociales vividos cercanamente: la revuelta estudiantil de la Noche de San Daniel –10 de abril de 1865– contra la política del general Narváez, el asesinato de Prim, la dedicación profesional al periodismo, su condición de diputado liberal (años después lo será por una coalición republicano-socialista), el ingreso en la RAE con un discurso en clara defensa del realismo testimonial, «La sociedad presente como materia novelable», y el creciente reconocimiento crítico de su literatura como un esencial integrante del imaginario popular.
Se resalta aquí, con acierto y justicia, el valor estético –y no solo histórico– de los «Episodios nacionales», la ascendencia cervantina de un tolerante tono humanista, y la capacidad de Galdós para crear inolvidables personajes que reflejan su propia personalidad y circunstancias, como cuando Gabriel Araceli medita así sobre su trayectoria vital: «Soy hombre práctico en la vida, y religioso en mi conciencia. La vida fue mi escuela, y la desgracia, mi maestra. Todo lo aprendí y todo lo tuve». Una biografía, en suma, de imprescindible consulta en el conjunto de los más selectos estudios galdosianos.