Así era Bolívar, el tirano que seduce a Podemos
Marie Arana bucea en la poliédrica y difícil personalidad del dictador, un hombre con pocos escrúpulos que pensaba, según reseña la autora, que los latinoamericanos no estaban capacitados para un gobierno democrático
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El término «bolivariano» se ha instalado en los debates públicos para referirse al régimen político venezolano desde que tomara el poder Hugo Chávez y continuara Nicolás Maduro y popularizara lo que se conoce, ciertamente, por bolivarianismo. Esta corriente de pensamiento político basada en la vida y obra de Simón Bolívar ha echado raíces en otros países con partidos de extrema izquierda en el poder, como Colombia, Bolivia, Perú, Ecuador y Panamá. De este modo, es del todo procedente, habida cuenta de que ya han pasado casi doscientos años desde la muerte del militar y político venezolano, fundador de las repúblicas de la Gran Colombia y Bolivia y uno de los líderes de la emancipación hispanoamericana, para volver al personaje y ver si, en efecto, las ideas que concibió y llevó a la práctica pueden asociarse a la realidad sociopolítica actual.
En este sentido, no han sido pocos ni lejanos los intentos de captar la dimensión de tal figura por medio de diversos trabajos sobre todo dentro del ámbito hispano, pero cabe ahora considerar esta biografía de la periodista Marie Arana (peruana que escribe y publica en inglés, y reside en Estados Unidos) como la más definida y definitiva del llamado Libertador (traducción de Mateo Cardona y Cecilia Mesa). Su autora, una desconocida entre nosotros hasta la fecha, ha publicado un libro de memorias sobre su crianza bicultural, un par de novelas –una de ellas de corte satírico sobre la Amazonia peruana– y esta biografía que vio la luz en el año 2013. El reto era de lo más interesante, pues como dijo un comentarista de una revista norteamericana, Bolívar aún hoy es un líder tan venerado como menospreciado.
El tópico de que un ensayo o libro de historia se lee como una novela, de vez en cuando es acertado, y este es el caso. De hecho, el trabajo da inicio con la escena de cómo Bolívar «cabalgó hacia Santa Fe de Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada, en la sofocante tarde del 10 de agosto de 1819. Había pasado 36 días recorriendo las llanuras inundadas de Venezuela y seis días marchando sobre las vertiginosas nieves de los Andes». El tercio de sus hombres había muerto, y el resto estaba a duras penas vivos, helados por el frío y con las armas oxidadas. Una hazaña que lo iba a colocar en la lista de militares aguerridos como Napoleón y Aníbal, sobre todo cuando sus triunfos se difundían y los españoles lo temían cada vez más. Y es que, al advertir el avance de Bolívar, cuenta Arana, los agentes de la Corona lo dejaron todo y huyeron hacia los cerros, con el virrey Juan José de Sámano disfrazado de indígena. No llegaba al metro con setenta ni a los 60 kilos de peso, pero Bolívar se imponía con su carisma y determinación, y no dudaba en ir a la guerra y morir por la causa que defendió: la libertad de sus compatriotas después de ver cómo el Imperio español había dado muerte a tantos.
Guerrero refinado
Hombre de múltiples habilidades –gran bailarín y conversador, con conocimientos de latín y francés, viudo pero a la vez seductor insaciable–, surge en este libro con todo su esplendor: «Pasaba jornadas agotadoras a lomos de su caballo: su resistencia como jinete era legendaria. Incluso los llaneros, domadores de caballos de las recias llanuras venezolanas, lo llamaban con admiración “Culo de Hierro”. Como ellos, prefería pasar las noches en una hamaca o envuelto en su capa sobre el suelo desnudo. Pero se sentía igualmente cómodo en un salón de baile o en la ópera». Este es el Bolívar que se abre paso hasta su amargo fin, pues murió enfermo de tuberculosis, pobre, agraviado y difamado en todas las repúblicas que liberó.
Arana explica las acciones del Libertador y cómo llegó a levantar semejantes suspicacias, por qué fue expulsado de Bogotá, odiado por Perú y rechazado por su natal Venezuela y fue tildado de tirano. Y también cómo devino un símbolo cuando el tiempo diluyó sus fracasos políticos, sobre todo al implantarse en Perú (1824-1826) y Bolivia (1825-1826) un modelo constitucional llamado «monocrático», con un presidente vitalicio y hereditario, forjando con ello un régimen dictatorial, sin llegar a su ansiada unión hispanoamericana.
Este sueño de un continente unificado partió de un hombre que no recibió entrenamiento militar formal, que mostró flagrantes contradicciones –«Hablaba con elocuencia sobre la justicia pero no siempre fue capaz de impartirla en el caos de la revolución»–, que le era difícil aceptar las críticas y, en definitiva, que «llegó a creer que los latinoamericanos no estaban preparados para un gobierno verdaderamente democrático: abyectos, ignorantes, recelosos, no comprendían cómo gobernarse a sí mismos, habiéndoles arrebatado sistemáticamente esa experiencia sus opresores españoles». Requerían, pensaba el tirano, mano dura, lo cual le condujo a decisiones que alimentaron los ataques de sus detractores, como el hecho de imponer un dictador en Venezuela. Algo que a más de uno llevará a la comparación con el actual y terrible gobierno chavista de Nicolás Maduro.