Animales

Peter, el delfín que aprendió a hablar

Una investigadora se fue a vivir con un delfín para enseñarlo a hablar, pero el sexo y las drogas abortaron el experimento. Ahora, otro proyecto utiliza ordenadores para tratar de comprender el lenguaje de los delfines.

Un delfín con la nariz fuera del agua mirando a cámara
¿Qué le contarías a un delfín?veverkologDominio público

Si tuviera que elegir la escena más divertida del cine de animación de las últimas décadas, probablemente sería la de Dory hablando balleno en Buscando a Nemo. Los tonos graves y muecas faciales de la pececilla son ya parte del imaginario popular, a pesar de que no surten el efecto deseado ya que la inmutable ballena no se da por aludida. Pero más allá del humor, el intento genuino de comunicarse con otras especies es un área de investigación candente que tiene implicaciones desde antropológicas hasta astronómicas.

Cualquier persona que conviva con un perro sabrá cuándo el animal tiene hambre, miedo o ganas de jugar, e incluso podrá transmitirle tranquilidad en los momentos adecuados. Es, sin duda, una forma de comunicación (exitosa, esta vez) entre dos especies que conviven desde hace milenios. Pero hay quien ha intentado ir más allá y establecer conversaciones con animales salvajes.

Uno de los primeros experimentos con delfines comenzó en los años 1960 en la isla caribeña de Saint Thomas (EEUU), cuando Margaret Lovatt se fue a vivir con uno de estos cetáceos. A pesar de su falta de formación científica, consiguió convencer al neurocientífico del Instituto Tecnológico de California John C. Lilly para construir una casa donde pudieran convivir Lovatt y un delfín llamado Peter.

Un apartamento inundado

Lilly quería enseñar a Peter y otros dos delfines a hablar el lenguaje humano. Sus trabajos anteriores habían llamado la atención de un astrónomo de la NASA, que enseguida encontró la conexión entre comunicarse con delfines y con extraterrestres: en ambos casos, el reto de comunicarse con otras especies inteligentes era formidable. Así que la NASA decidió financiar el experimento de Lilly.

El neurocientífico construyó un delfinario donde comenzó a explorar las capacidades de los delfines. Fue entonces cuando Lovatt llamó a la puerta del laboratorio sin previo aviso y contagió su entusiasmo a Lilly. Comenzó sus sesiones de entrenamiento y pronto le invadió la frustración por tener que interrumpirlas al final de cada día. Pero rápidamente encontró la solución: decidió irse a vivir con uno de ellos. Lovatt adaptó un pequeño apartamento, lo llenó de agua hasta la rodilla y allí se mudó junto con el delfín Peter.

A base de repetición incansable, consiguió que Peter pronunciara una versión aproximada de “Hello Margaret”, y documentó su progreso grabando las sesiones en cintas magnéticas. La ‘m’ era el sonido que más le costaba al delfín, pero Lovatt no cejaba.

Sin embargo, pronto surgieron retos en la convivencia que amenazaban con poner en jaque al experimento. El delfín Peter tenía sus impulsos sexuales e intentaba calmarlos arrimándose a Lovett. La investigadora, al principio, llevaba a Peter al delfinario principal, donde estaban otros dos delfines hembra. Pero, de nuevo, eso suponía interrumpir los entrenamientos.

Así que Lovett decidió cortar por lo sano y aliviar los impulsos de Peter ella misma. Para ella no suponía un problema, y en el documental The Girl Who Talked to Dolphins, de Christopher Reily, manifestaba que no lo percibía como algo sexual. Tan solo, comentaba, estrechó su relación con el delfín, simplemente porque le permitía pasar más tiempo con él sin interrupciones.

Un antes y un después

Pero cuando esta información llegó a los medios de comunicación, la opinión pública se volvió en contra de Lovett, y el prestigio del experimento cayó en picado. Por si fuera poco, Lilly había iniciado una investigación paralela acerca del LSD, para la que obtuvo un permiso especial del gobierno americano. Su experimentación sobre los efectos de esta droga en su propio cuerpo y en el de los otros delfines pronto le hicieron perder el interés por Peter y Lovett, y, poco después, la financiación.

La ruptura de Peter y Lovatt fue dura para ambos, tanto que, según Lovatt, Peter acabó perdiendo las ganas de vivir y se abandonó hasta que murió. Pero este experimento marcaría un antes y un después en la investigación sobre los delfines. Lilly y Lovett lograron atisbar la complejidad de las señales que estos animales utilizan para comunicarse, y gracias a ello desvelaron lo inteligentes que son.

Desde entonces, los esfuerzos por hacerse entender con los delfines se han redoblado, hasta el punto de construir un prototipo de traductor delfín-humano. Tras cinco años dedicados exclusivamente a observar delfines en el océano, Denise Herzing apostó por clasificar los silbidos de los delfines e intentar comunicarse con ellos utilizando su propio código.

Ella es la fundadora y directora de investigación del Wild Dolphin Project (Proyecto de Delfines Salvajes), y desde que averiguó que los delfines asocian silbidos a objetos decidió enfocar su investigación a comprender ese lenguaje. Dedujo también que los delfines tienen nombre, un silbido asociado a cada delfín que reconocen como propio.

Traductor de delfines

Herzing se asoció con el ingeniero Thad Starner e inventaron un dispositivo sumergible capaz de procesar algunos silbidos de los delfines y traducir su significado al lenguaje humano, y de emitir silbidos para ciertas palabras humanas. La primera vez que Herzing llamó a un delfín por su nombre utilizando el dispositivo y este se giró para mirarla, la investigadora no pudo contener su ilusión.

Pero, pensando en frío, Herzing sabía que esa no era evidencia suficiente para declarar el éxito del experimento. La reacción del delfín se podía deber a otras causas, y el dispositivo estaba muy lejos de permitir mantener una conversación propiamente dicha con estos animales.

Desde que el invento vio la luz hace una década, los retos tecnológicos se han sumado a la dificultad para encontrar los delfines en el océano, pero el equipo del Wild Dolphin Project no se ha desanimado. Actualmente centran sus esfuerzos en desarrollar programas de ordenador que reconozcan patrones en los silbidos de los delfines. Esperan encontrar así una vía para explorar la cognición y la comunicación de estos cetáceos y, quizá, de otros animales.

Al igual que Dory, el propósito principal de Herzing y su equipo es comunicarse con otras especies. Quieren “trascender las barreras artificiales entre animales y humanos”, como explican en su página web. Pero, sobre todo, pretenden comprender la manera de pensar de los delfines para “elevar aún más el estatus de todos los animales del planeta”.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • En Buscando a Nemo, Dory y Marlin acaban dentro de la boca de la ballena. Presas del miedo y arrastrados por la corriente de agua dentro de la propia boca, de repente salen despedidos a través del espiráculo, el agujero que usan las ballenas (y los delfines) para respirar. Aunque ha habido al menos un caso documentado de un delfín que respiraba por la boca, en general estos cetáceos tienen un tapón que la separa del espiráculo para evitar que entre agua en los pulmones. Por eso sería casi imposible que los pececillos hubieran salido de la boca de la ballena a través del espiráculo.

REFERENCIAS (MLA):