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Tecnología

Científicos han enseñado a unos peces a conducir y este es el resultado

Este extraño estudio ha permitido a los científicos indagar en los fundamentos de la navegación, una habilidad que parece transferible entre entornos completamente distintos

Pez conductor, del estudio de Givon et al, publicado en Behavioural Brain Research. Givon et alCreative Commons

Es el pez conductor y no ha sido producto del Dr. Seuss, sino de la ciencia. Los seres humanos nos hacemos preguntas, algunas las intenta responder la ciencia y, aunque unas cuantas son profundas, muchas otras son verdaderas “chorradas”, o al menos lo son en apariencia. Es fácil enumerar algunas, solo necesitamos buscar la lista de premiados por el galardón Ig Nobel. Este reconocimiento ha dado a conocer investigaciones tan peregrinas como la que trató de construir un cuchillo con excrementos, la que hizo levitar a una rana o la que se preguntó si el orgasmo podría desatascar la nariz de una persona congestionada. Bajo tanta locura hay una idea potente: investigaciones que hacen reír, pero también hacen pensar.

Y es que estas preguntas absurdas que nos hacemos todos y a las que algunos científicos dan pábulo, suelen ir más allá de la propia pregunta. Porque, aunque los investigadores hayan enseñado a conducir a seis peces, lo que realmente han hecho es responder a preguntas fundamentales sobre nuestra capacidad para navegar en un entorno, su universalidad y adaptabilidad a nuevas reglas. Han explorado el origen y los rudimentos más básicos de nuestra capacidad para desplazarnos en un , algo que no es baladí en absoluto, y ahora veremos como las preguntas más absurdas pueden llegar a respuestas realmente profundas.

Para y pregunta

Para entender el origen de muchas de nuestras funciones cognitivas debemos tener una visión general tan amplia como sea posible, partiendo de unos primeros organismos que eran ciegos sordos y mudos cara al mundo exterior, pero que fueron desarrollando sistemas cada vez más sofisticados para interactuar con lo que les rodeaba. Una de las formas más básicas de orientación se basa en, simplemente, seguir el estímulo que interese y huir del que nos pueda causar daño. Es automático, no hace falta cognición, de hecho, estamos acostumbrados a ver algo parecido en los tropismos y nastias de las plantas, que tienden hacia la luz, se enredan en las verjas y, en algunos casos, retraen sus hojas ante el peligro.

El caso es que hacía algo más, era muy útil que, si un individuo sabía que en un lugar había encontrado comida, pudiera dirigirse a él para probar suerte, aunque no hubiera recibido un estímulo directo indicando que allí había alimento en ese mismo momento. Necesitaba almacenar una especie de mapa en el que orientarse, algo que no solo dependiera del momento presente, que se relacionara con la memoria. Poco a poco, desplazarse por esos mapas también se fue volviendo más complicado y desarrollamos estructuras nerviosas que intervienen conjuntamente en la orientación y la navegación.

Un ejemplo, en el caso de los humanos, es el hipocampo, un par de estructuras que se encuentran en la parte baja de nuestro cerebro, como si estuvieran replegadas hacia la parte central. Esta es la famosa estructura que tanto se estudió en el caso de los taxistas neoyorquinos y que, aparentemente, tenían más desarrollada gracias al entrenamiento recorriendo el callejero de Nueva York. Ahora bien. Sabemos que no es lo mismo navegar en tierra firme, como nosotros, que en las tres dimensiones que ofrece el agua, o las vertiginosas alturas del aire. Pero… ¿es posible que a pesar de sus diferencias tengan rudimentos cognitivos similares? La pregunta es si las herramientas que le permiten a nuestros cerebros resolver esos problemas de navegación en distintos medios son tremendamente específicas y desarrolladas para ese caso concreto (nadar, caminar, volar…) o si son más bien una suerte de palanca que podemos usar tanto para forzar una puerta, como para partir una nuez.

Seis peces y el examen práctico

Para responder a estas preguntas, los investigadores sabían que debían tomar a un animal y sacarle de su elemento, que se sintiera como un pez fuera del agua, y eso es lo que hicieron. Por supuesto, sacarlo literalmente del agua era mala idea, pero se les ocurrió montar su pecera en un dispositivo motorizado que les permitiera conducir por una superficie, como si estuvieran dentro del equivalente a nuestras escafandras espaciales. Una cámara registraría sus movimientos desde las alturas y, cuando estuvieran cerca de una pared, orientados hacia ellas (no “de espaldas”), el motor movería su traje terrestre en esa dirección.

En concreto, los investigadores entrenaron a 6 peces y lo hicieron como enseñaríamos a cualquier mascota: con el refuerzo positivo de la comida. Los peces, tres de ellos machos, una hembra y dos de sexo indeterminado, fueron situados en el dispositivo, en medio de una habitación de trabajo con algún que otro obstáculo y señales distractoras. Cada vez que conseguían mover su pecera hasta la pared donde se encontraba la señal rosa, estos eran recompensados con un poco de comida para peces. Para evitar sobrealimentarles, solo se entrenaba cada dos días durante media hora.

A medida que progresaban los intentos, los investigadores presenciaron un claro aprendizaje por parte de los peces, que cambiaban su nado, al principio aleatorio, para dirigirlo sobre todo contra las paredes claves en el problema de desplazamiento que se les hubiera expuesto. Podemos decir, sin ninguna duda, que aquellos peces aprendieron a conducir y respondieron a los investigadores. Porque el éxito del estudio apunta a que, efectivamente, las herramientas que les permiten navegar en el agua deben ser similares a las que usamos nosotros. Quién nos iba a decir que las respuestas a algunas de las incógnitas de nuestro pasado vendrían en forma de peces conductores.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El estudio fue realizado con peces de colores, los típicos que se regalan a los niños, pero, dado que no son especialmente conocidos por su capacidad para orientarse, cabe esperar que sus resultados sean extrapolables a muchas otras especies, entre las cuales, algunas han mostrado habilidades de navegación soberbias.

REFERENCIAS (MLA):