Solidaridad
DANA - Cuando los héroes llevan cepillos, palas y mangueras
El día a día del equipo de rescate de Castilla y León comienza a las 6.30 horas en Valencia, donde contribuye a la limpieza, e incluso ofrece un abrazo y un hombro para quienes, desolados, lo han perdido casi todo
Amanece en Aldaya. Un olor a café dimana del interior del polideportivo municipal Andrés Nicolás López Ruiz, donde 240 integrantes del dispositivo de Castilla y León descansan, una jornada más, para ayudar en las labores de rescate y limpieza causadas por la Dana en Valencia. Más bien duermen y reposan, porque en estos días es difícil orearse de cuerpo y mente. Lo hacen sobre camas plegables en un campamento montado para residir durante varios días, el tiempo necesario para prestar asistencia inicial a los afectados de la catástrofe del 28 de octubre.
Un equipo de la Agencia Ical se mezcla durante 24 horas con el operativo autonómico, en un día que empieza temprano. El encendido de las potentes lámparas, que dinamitan cualquier tipo de sueño, es el toque de diana, a las 6.30 horas. Se pone en pie la mayoría de los integrantes, aunque algunos se levantan antes de que suene la campana y salen fuera, aún entre la noche, para fumar un cigarrillo previo. Un enjambre de trabajadores va y viene hacia los baños y vestuarios del recinto deportivo del barrio del Cristo. El fútbol sala y el baloncesto han dado paso, en el marco de la emergencia, al servicio humanitario. Gradas convertidas en tendederos para el secado de los monos de trabajo. Y del larguero de las dos porterías cuelgan camisetas.
Café, cereales y bollería completan el desayuno preparado por el servicio de Logística enviado por la Junta. Al salir, un potente ambiente se respira de nuevo: la humedad de la riada todo lo inunda.
Todos se dirigen, al otro lado de la calle, frente al restaurante El Sartenes (lugar de encuentro estos días), al Punto de Mando Autonómico (PMA) de Castilla y León. Por fortuna, en Aldaya ya ha regresado la luz, al contrario que en la zona cero, a donde se ha dirigido ya parte de este personal, una vez que la evolución en esta población más al este ha sido positiva desde su llegada. Hasta el momento, el Ejecutivo autonómico ha destinado 329 personas y 190 vehículos, a los que se suman decenas de integrantes de los cuerpos de bomberos de ayuntamientos y diputaciones provinciales, así como camiones especiales en desatranques.
Comienza la aventura
A las 8, el jefe del mando, Álex Garrido, y el técnico coordinador del mismo, Víctor González, dirigen un primer encuentro. Se les une el responsable del Parque de Bomberos de Torrente, Paco Pallardó, que aporta el punto de vista local. “Conoce cada metro de la zona”, señala Garrido.
Sentados frente a la mesa, con bolígrafo en mano, libreta, un mapa de la población y sus equipos informáticos y meteorológicos, comienza el rutinario intercambio de información, con el parte de cómo terminó la jornada anterior, en qué condiciones arrancará este nuevo día y en qué área de la población se requiere más agilidad de trabajo.
“Nosotros gestionamos el perfil profesional de la gente que está aquí desplegada. Los voluntarios van por otro carril”, aclara Garrido, geógrafo de profesión, quien apunta que ellos realizan labores de limpieza, retirada de enseres y conseguir que las calles estén accesibles lo antes posible “para poder realizar las siguientes labores que sean necesarias”.
A partir de las 8.30 horas, héroes con cepillos, palas y mangueras se encuentra desplegado en las calles de la población, donde empieza un tajo que se extenderá, prácticamente sin descanso, hasta la noche. Pablo Montejo, técnico del Servicio de Medio Ambiente de Ávila, explica a Ical que las alcantarillas están atascadas y “la gran cantidad de barro y los enseres dificultan las labores de trabajo”. Alaba la labor de los vecinos, “muy agradecidos, que ofrecen comida y agua y cada tres metros tienes una casa que te abre sus puertas para entrar en ellas y sentarse en la mesa a comer con ellos”.
Manifiesta que el “principal problema” que relata la gente es que los medios “han tardado mucho en llegar”, e “incluso se extrañaron al vernos”. “Ves que en las tragedias la gente muestra su lado más solidario; ves miles y miles de voluntarios, todos aportan su granito de arena, y dentro de la catástrofe te llevas algo positivo, como es la solidaridad del pueblo valenciano y de toda España”, narra en la calle Iglesia, la central de la localidad, justo antes de agarrar de nuevo el cepillo y mientras los compañeros preguntan por la hora de comer, algo anárquico en este tipo de operaciones. “Aquí no sabemos cuando comemos. Los equipos se llevan el avituallamiento en mochilas y paran cuando tienen un rato o necesitan descansar”, apunta Álex Garrido. Algunos se alimentan a las 14 horas, a las 15, o incluso pueden comer a las 18 horas, y casi se solapan con la cena.
Es en torno a las 14 horas cuando el corazón de la emergencia regional, en una nueva reunión, constata la “rápida evolución” de la limpieza de Aldaya, de 30.000 habitantes. El centro recibe un nuevo parte sobre la nueva situación, llegan informaciones positivas por radio sobre la limpieza de una calle más. Pero el ritmo no se detiene: mandos que llegan y salen con informaciones y con encargos nuevos en los que continuar con la prestación del servicio. “Incluso hay vecinos que se han acercado aquí a pedirnos que nos acerquemos a su garaje para achicar el agua; o a limpiar de barro un bajo o ayudar a retirar un coche”, señala Garrido, quien, con esa información, reorganiza los trabajos del personal en los sectores asignados a Castilla y León.
Muy cerca pasa Norberto Cardona, responsable provincial de Cruz Roja Soria, acompañado de su equipo. En sus 17 años en España, este colombiano “no había visto nada igual”. Trabaja con un equipo multipropósito, en el que atienden a la población por “sus necesidades y también en la parte sanitaria, principalmente con cortes y con ampollas en los pies”. En Aldaya se ubican en un centro de recepción de recursos y también prestan atención psicológica, para el que la gente “empieza un poco tímida, pero luego se suelta” y “revientan a llorar”.
El Servicio de Bomberos de la Diputación de Palencia se encuentra al otro lado de la manzana, junto a unos de los túneles que permite superar la vía del tren que parte en dos Aldaya. Alberto Marcos, al frente del equipo, explica que han achicado todo el agua de uno de los túneles para dar acceso. Una vez que ya es “demasiado espeso, que es barro”, es el Ejército el que recoge el testigo. Sus compañeros siguen extrayendo también de los sótanos y garajes, con cuatro bombas funcionando. “Aquí en este punto los primeros que hemos sacado agua hemos sido nosotros”, precisa Marcos, quien ensalza el comportamiento de los vecinos, “encantados con esta ayuda”. “Nos ha dado de comer un hombre en un bar al lado del túnel, al que limpiamos la terraza y las sillas”, apunta. En otro de los pasos inferiores, a medio kilómetro, trabajan los efectivos de bomberos del Ayuntamiento de Salamanca.
Cansados, pero satisfechos
Avanza el día y las calles, poco a poco, van cambiando ligeramente de cara. Anochece en Aldaya y el personal se retira despacio, cansado, pero orgulloso del trabajo realizado. A veces queda un rato antes de la cena para hablar por teléfono con las familias, hacer viodeollamadas a los hijos o los padres. A partir de las 20 horas se distribuyen los víveres para la cena, cuyos productos rotan a diario para cargar las pilas con los nutrientes necesarios. Y de nuevo, antes de acostarse, unos leen, otros ven la serie a la que están enganchados y la mayoría aprovecha para departir entre conversaciones, de nuevo con un cigarro en mano o un refresco. “Intentamos hablar de otras cosas para que nuestra cabeza no se atormente con estas tragedias”, coinciden en una conversación, a las puertas del polideportivo. Ha transcurrido una jornada más, muy dura, en la que han atravesado calles imaginadas para una zona hostil, de guerra, si no fuera por la humildad, honestidad y agradecimiento de los vecinos. El enemigo, en este caso, ha sido una Dana que ha descargado con toda su fuerza. “¿Quién esperaba esto? Se rompe el barranco y el agua baja como el mar”, matiza Paco Pallardó, quien a lo largo de su carrera de bombero no ha visto “ni la mitad de lo que ha sucedido” en la provincia valenciana.
Nombres como los del leonés Jacinto Moral, el abulense Ángel Montejo o el vallisoletano Guillermo Calles, técnicos de Medio Ambiente de Castilla y León, serán difícil de olvidar para los habitantes de Aldaya. Todos coinciden en que es la peor catástrofe en la que han estado desplegados, a pesar de haber vivido duros incendios en la Comunidad, otras riadas e incluso terremotos en otros países.
Llegaron, abrazaron a los habitantes y les ayudaron a intentar recomponer su vida, como lo harán sus relevos en los siguientes días. Unos vecinos que puede que no anoten sus nombres en una libreta, ni tampoco lo harán junto al marco de una foto que presidía su salón, sobre el televisor, y que ahora yace en un montón de escombros frente a su puerta, pero siempre tendrán en el recuerdo a aquellos muchachos y muchachas que procedían de una tierra solidaria, llamada Castilla y León.
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