Salud
Perros de la guarda: entrenados, detectan desde cáncer a una crisis de epilepsia
El fino olfato de estos animales les permite, con un porcentaje mínimo de error, diagnosticar tumores o avisar de una subida de azúcar
Su olfato es prodigioso y el hombre lo ha usado en su propio beneficio para múltiples labores, desde la caza a la detección de explosivos, drogas, dinero o para seguir el rastro de personas desaparecidas. Ahora, este don está empezando a explotarse con fines médicos porque, aunque ni usted ni yo lo percibamos, las enfermedades huelen. Y los perros son capaces de identificarlas. Y de avisarnos, eso sí, tras un entrenamiento específico para ello.
Eso es lo que están haciendo en el Hospital Clínico de Barcelona. Empezaron, hace cinco años, un programa pionero en España de adiestramiento de perros para la detección nada menos que de cáncer de pulmón y el tiempo les ha dado la razón. Para ello, cuentan con Blat, un cruce entre labrador y pitbull, y con su adiestradora, Ingrid Ramón, con los que han hecho un estudio en tres fases. En la primera hicieron soplar a pacientes con este tumor en un tubo con una gasa, que se impregnaba del olor, y se lo daba al perro para que lo oliera y, cada vez que lo hacía, le premiaban. En la segunda fase, colocaban cinco muestras, una de ellas de cáncer de pulmón y, cuando olía lo que conocía lo marcaba. «Lo repitió 780 veces y acertó 770, es decir, el 90%, y eso teniendo en cuenta la curva de aprendizaje», explica Laureano Molins, jefe de Cirugía Torácica del centro barcelonés. Los resultados fueron publicados en la revista «European Journal of Cardiothoracic Surgery».
Ahora, y tras la conclusión de la tercera fase, está a punto de salir un nuevo artículo en la revista «Journal of Biomedica Research» en el que detallan su último hallazgo: que el perro es capaz de discernir, sin margen de error, los casos dudosos. «La mayoría de los nódulos en el pulmón que se les detecta a los pacientes suele ser benigno. En aquellos que sospechamos que pueden ser malignos pero hay dudas nos reunimos un comité multidisciplinar para valorar si hay que operar o no. De 30 casos analizados el Comité acertó en 27, lo que es un porcentaje muy bueno. Blat lo hizo en los 30», reconoce Molins, quien cuenta con orgullo que «ha identificado nódulos de tan sólo cinco milímetros».
Una vez demostrado esto, el objetivo que se plantean ahora es doble. De un lado, utilizar a Blat de forma asistencial (algo que habrá que aprobar el Comité de Ética del hospital, si bien cree que, gracias a los resultados obtenidos podrá lograrse) y, de otra, identificar las sustancias que huele el can para ponerlas en una nariz electrónica y así poder «mecanizar» el proceso.
Este ensayo es sólo la punta del iceberg de la multitud de posibilidades que se abren con los perros detectores. De hecho, en Reino Unido hay una clínica que se dedica exclusivamente al adiestramiento de perros con este fin y huelen el cáncer de colon, mama y vejiga. Y en Estados Unidos están trabajando con el de ovario. En el caso del Clínico, se decantaron por el de pulmón por ser «el tumor que más mata y en uno de los que más necesitamos un diagnóstico precoz ya que ocho de cada diez pacientes nos llegan con el cáncer avanzado y hacer un programa de cribado», explica Molins.
En diabetes
El área en el que quizás esté más desarrollado –y estudiado– el uso médico del olfato de los perros es en la diabetes tipo 1. En este caso se emplean para avisar a sus dueños de las subidas o bajadas de azúcar en sangre pues, según ha puesto de manifiesto un reciente estudio llevado a cabo por la Universidad de Cambridge, cuando se produce una hipoglucemia exhalamos una sustancia denominada isopreno que estos animales son capaces de detectar. Y en el caso contrario, es decir, cuando hay una subida del azúcar, serían los cuerpos cetónicos.
«La idea es que el perro avise a su dueño con antelación de estos episodios, unos 20 minutos antes de que se produzcan, para poder reaccionar a tiempo», explica Paco Martín, quien tiene más de 25 años de experiencia en el adiestramiento (trabajó en las Fuerzas Armadas preparando perros de intervención y detección de explosivos) y ahora es presidente de la Fundación Canem, donde les forma en alerta médica.
Trabaja con cachorros, siempre de la raza Jack Russell –porque les dan buenos resultados y, además, al ser pequeños se manejan mejor, cuesta menos mantenerlos y viven más años– llegan a sus manos cuando tienen dos meses y medio y durante cuatro reciben adiestramiento específico: primero en el laboratorio, donde el can conoce cuál es el olor que ha de detectar y qué respuesta ha de emitir cuando lo perciba y, después, en entornos simulados (un dormitorio, una cafetería...) donde aprenden a alertar con antelación. Empezó con esto gracias a Lidia Nicuesa, diabética desde niña quien, un día, le propuso entrenar a perros con ese fin. Desde entonces –2013– han desarrollado un protocolo de trabajo y, hasta ahora, han entregado cerca de 120 a otras tantas familias.
Una de las beneficiadas es Fina Gil quien, a sus 56 años y tras varios sustos mientras dormía y de las que casi no despierta, decidió aceptar la sugerencia de su marido de solicitar un perro de alerta médica. «¡Es que me daban miedo los perros!», se excusa. Pero hizo de tripas corazón y el 30 de noviembre de 2018 entró en sus vidas Hipo. Y ya no se separó de ella. «A la semana de entregármelo ya me hacía marcajes –cuenta– se sienta, me mira y ladra dos o tres veces». Y eso lo hace al menos una vez cada día, porque en su caso la enfermedad no está controlada. El mayor riesgo está por las noches, cuando no es consciente de si le da una bajada de glucosa y puede quedar en estado comatoso. Es en ese momento que Hipo hace guardia y vela su sueño. Además, es muy considerado, dice su dueña, pues «para no despertar a los demás de madrugada en vez de ladrar me da con la pata para que me despierte».
En epilepsia
Animada por los buenos resultados que los perros de alerta médica tienen en la diabetes, Saioa López, ni corta ni perezosa, viajó de Bilbao a Zaragoza para preguntarle a Paco si podía hacer algo por su hijo Aingeru, de 16 años, que tiene parálisis cerebral y, consecuencia de ésta, una epilepsia refractaria de difícil control en la que los fármacos no funcionan. Fue durante esa primera vista que Cini, la perrita de alerta de Lidia, marcó a Eingeru. Y con ello, también, el comienzo de un nuevo reto.
Parece que, según un estudio de la Universidad de Rennes y publicado en «Scientific reports», en el caso de la epilepsia, habría también un olor característico producido por la liberación de varias neurohormonas. Y tras su adiestramiento (igual que en el caso de la diabetes) los perros son capaces de avisar unos 15 minutos antes de la crisis. Y, aunque ésta no se puede evitar, sí una posible caída, al dar tiempo para ponerse en una situación en la que no se vaya a hacer daño. Y esto es casi más importante que la crisis.
«Todos los días tiene al menos una », explica Saioa, por lo que cualquier ayuda es bien recibida. Le entregaron a Epi en julio de 2018 y, desde entonces, por lo menos puede descansar tranquila. «Antes, mi marido o yo teníamos que dormir con Aingeru. Ahora lo hace Epi», dice, y les avisa puntualmente incluso cuando él ya no está de guardia. «A las 9:00 de la mañana, como se pasa la noche en vela, le recojo y le pongo a descansar en su transportín en mi cuarto. Y muchas veces, cuando se supone que tiene que dormir y el niño está en otra habitación, le oigo ladrar avisando de una crisis».
Por eso, aunque el proceso de aprendizaje ha sido largo –son la primera familia en recibir un perro para la epilepsia– sin duda la valoración es más que positiva. «Ahora acierta en el 100% de las crisis que le dan en casa y, cuanto más fuerte va a ser, más ladra el perro, con lo que te puedes preparar». Aingeru sabe que Epi le cuida, que le avisa cuando se va a poner malito y le acompaña a todas partes. ¡Tiene hasta el carnet de la piscina para este verano!
ÓSCAR, EL GATO QUE HUELE LA MUERTE
Vive en una residencia de ancianos en Providence (Estados Unidos), donde fue adoptado cuando era un cachorro, y su excepcional capacidad ha merecido un artículo en la prestigiosa revista médica «New England Journal of Medicine», e incluso un libro (publicado en 2010). Y es que Óscar es capaz de oler la muerte. Así lo atestigua David M. Dosa, geriatra de dicho centro y la persona que se dio cuenta de su particular don y se mantuvieron vigilantes. Al principio, pensaron que era casualidad, pero ahora su presencia al lado de algún paciente es considerada por el personal del centro como indicador de muerte casi inminente, lo que les permite avisar a los familiares para que puedan despedirse de su ser querido. Lo que está claro es que el extraordinario olfato del gato es capaz de oler algo que nosotros no. Desde que se percataron de ello, allá por el año 2007, Óscar ha predicho más de 100 fallecimientos.