Museo Reina Sofía
La silenciada mirada romaní del genocidio nazi
El Reina Sofía presenta la primera retrospectiva dedicada en España a Ceija Stojka, una artista de etnia gitana que estuvo en tres campos de concentración
Pasar por los campos de concentración nazis y no contarlo. Callar. Durante 35 años. A pesar del número que llevas tatuado en la piel y que te sigue haciendo prisionera. Reconstruir tu vida, ser madre, teñirte de rubia para disimular tu procedencia. Ya sabes que los romaníes no son bienvenidos. El noventa por ciento del pueblo gitano de Austria fue exterminado antes del final de la guerra. Ceija Stojka, junto a su madre y algunos de sus hermanos, formaron parte del diez por ciento que sobrevivió. Ella tenía 9 años cuando ingresó en ese circo del horror nazi, quizá por eso sus dibujos, aunque realizados cuando casi cumplía los cincuenta, parecen los de una niña. Como si todos esos recuerdos, negados durante tantas décadas, no pudieran expresarse sino en el lenguaje de la infancia. Más de un centenar de sus impresionantes obras conforman una retrospectiva que le dedica el Museo Reina Sofía, la primera en España de esta artista austriaca.
«Podemos explicar este largo periodo de silencio por el hecho de que en la cultura romaní no se evoca a los muertos, es una cultura del olvido», explica Xavier Marchand, uno de los comisarios de la muestra. Afirma también que el motivo que la llevó finalmente a tomar papel y lápiz fue la muerte del menor de sus tres hijos de una sobredosis. «No es excepcional que la pérdida de un niño desencadene este deseo de expresión, pero sí que Stojka utilice un lenguaje que no es el de su cultura, que es primordialmente oral», asegura.
Sentada en la mesa de su cocina, una madre casi analfabeta se convierte en artista. Primero escribió sus memorias, después vinieron los dibujos. Quizá por eso texto y pintura son inseparables en muchos de los lienzos: algunos cuentan la historia en imágenes por una cara y, por la otra, en palabras. La exposición, titulada «Esto ha pasado», pone de manifiesto la importancia del testimonio de primera mano, que en el caso de los romaníes prácticamente no ha existido.
Por eso los ojos que dibuja Stojka, recurrentes en gran parte de su obra, evocan a la vez la amenaza del vigilante y la mirada del testigo. Stojka pasó gran parte de su vida queriendo no estar a la vista. Primero escondiéndose en vano de las SS y, durante los dos años que estuvo cautiva, rehuyendo la mirada constante del enemigo. Una vez liberada, el miedo la mantuvo también en las sombras de una sociedad que percibía como amenazante.
Sentimos su desasosiego en aquellos dibujos realizados desde la perspectiva de una niña que ve un mar de botas negras aplastándolo todo. O en el retrato de un vigilante, agachado para estar a la altura de la pequeña, y que de manera burlona, con la cabeza entre las piernas, le dice: «Crees que te vas a escapar de mí. Te he encontrado, je je je».
La de este dibujo es la única figura rubia de la muestra, junto con la de otra obra sin título en la que una mujer camina frente a una fila de presos en un paisaje de invierno. Se cree que podría tratarse de la Oberaufseherin Dorothea Binz, una de las supervisoras de Ravensbrück, donde Stojka estuvo (además de en Auschwitz-Birkenau y Bergen-Belsen), y de la que se sabe que torturó a cientos de mujeres y niños.
Hierba fresca
«Siempre me sentaba entre los muertos, era el único lugar en el que se estaba tranquila. Te protegían del viento», escribe Stojka en 2005 sobre el campo de Bergen-Belsen, en el que, dice, se apilaban los cadáveres «abiertos en canal, los habían vaciado por dentro». En medio de los muertos ella encontraba un refugio.
Cuando el frío amainó, la niña y su madre se alegraron de descubrir hierba fresca debajo de los barracones: «Nos la comíamos como si fuera azúcar», escribe. Acompañan a sus palabras dos lienzos más pequeños que los demás, pero más estremecedores: mujeres y niños desnudos que celebran la llegada, junto a la primavera, de las fuerzas británicas al campo. Era el 15 de abril de 1945.