Emigración

Emigrar ilegalmente puede ser bueno, pero en principio es malo, tanto para el inmigrante, como para el país receptor. Sin papeles, sin contrato de trabajo previo los que llegan de África lo tienen difícil. Aun así, arriesgan la vida para huir de la miseria y buscar futuro en una España amable y acogedora, que les garantiza un alojamiento, una paga, una residencia legal o un asilo político. Algunos prosperan, otros, no. Los políticos no parecen alarmarse de que lleguen menores de edad sin sus padres. Se limitan a alojarlos. Ningún país de la UE parece querer resolver este grave problema que les quema las manos. Hasta ahora solo ponen dinero.

Alojamientos saturados, insalubres. Ideas globos de convertir un aeropuerto fantasma en un macro hotel para personas. El hola y adiós judicial del plan ‘Meloni’ enviándolos a otro país, que estudia la hierática Úrsula von der Leyen. Pero esos tecnócratas de la UE, diligentes en cambiar tapones en las botellas de plástico, no dan con la solución a ese tráfico humano organizado por mafias de esta neo-esclavitud vinculadas al terrorismo del Sahel.

Las Canarias asediada por las pateras. Ceuta con vallas que caen. Los países europeos de la Unión repletos de inmigrantes, con descendencia que ya son nacionales. Esas masas de ciudadanos –Francia con nueve millones– han nacido europeos, pero no se sienten tales. En su mayoría, asimilarse a la cultura occidental no es su intención, su objetivo es imponer la suya.

Esta inmigración ilegal tiene que ser normalizada. Ante miles de personas, que buscan el Paraíso occidental, Europa mira al cielo. Lo razonable sería usar el ingente presupuesto dedicado a alojarlos en desarrollar a esos países africanos. Sigue la mala conciencia colonial de gobierno europeos: Francia, Inglaterra, Bélgica que fueron imperios extractivos y dejaron aquellas tierras yermas. Es tiempo ya de superar esas negras historias e invertir en el desarrollo del África olvidada. No parece ver interés en eso. Europa está siendo invadida silenciosamente. Es ya ‘Eurabia’, como vaticinó Oriana Fallaci.