Marta del Castillo

Reabierto

Los padres de Marta del Castillo y el abuelo (i), en una manifestación
Los padres de Marta del Castillo y el abuelo (i), en una manifestaciónRaúl CaroAgencia EFE

En democracia, las sentencias judiciales se acatan, faltaría más, de idéntico modo que se debe escuchar la libérrima crítica de la opinión publicada. Hace casi un decenio, por consiguiente, que hubimos de almorzarnos el intragable sapo de las absoluciones a mansalva del caso Marta del Castillo y nadie nos ha apeado desde entonces de la íntima de certeza de estar ante una instrucción chapucera y un fallo extrañísimo. María García Mendaro, imputada por los delitos de encubrimiento y profanación del cadáver, nunca pisó la cárcel preventiva gracias a los mimos algodonosos que le prodigaron sus señorías. Su cercanía al PSOE andaluz le abrió muchas puertas en su vida y le cerró la de entrada al talego. Terminaron exculpando a su novio y hermanastro de Miguel Carcaño, alias el-tonto-que-se-comió-el-marrón. Pese a la solidez de las argumentaciones de la familia de la víctima, se percibió siempre un mosqueante afán por restar verosimilitud a todas las vías de investigación que condujesen a la esfera del socialismo, siquiera de manera tangencial. Se desoyó también el novelesco mandamiento de «chercher la femme», pues se ha tendido un espeso manto de silencio sobre la única mujer implicada en el asunto. Y cuanto menos se sostenía la verdad judicial, más empeño se ponía desde ese «trust» de intereses que llamamos Poder por hacernos creer lo increíble: un niñato de quinta división sin familiaridad previa con el crimen urdió y ejecutó él solito el secuestro, tortura, violación, asesinato, ocultación de centenares de pruebas y desaparición del cuerpo de una adolescente. En una noche, puesto que la Policía lo tenía bajo su radar 24 horas después de la desaparición de la chica. Javier Gómez de Liaño, otro que conoció en sus carnes la iracunda crueldad de Leviatán, proclamó hace unas semanas: «Con que haya un juez independiente, estará salvado el mundo». Se llama Álvaro Martín, oficia en Sevilla y ha reabierto lo que fue cerrado en falso.